«Aquí finaliza la ópera, porque en este lugar murió el Maestro», se escuchó en la voz de Arturo Toscanini la noche del 25 de abril de 1926 en el Teatro alla Scala. Era la noche de estreno de la tan esperada ópera Turandot, pero en esa primera función el final permanecería como un misterio para el público. Su compositor, Giacomo Puccini, había perdido la vida antes de concluir su obra, y si bien otras manos habían logrado montar la última parte, el director decidió que en esa primera función honraría a su creador presentando su versión inconclusa. De cualquier modo, final o no, desde el primer momento la ópera fue un éxito.
Seis años antes, Puccini se encontraba cenando con el periodista Renato Simoni, un buen amigo suyo quien le planteó la idea de inspirarse en la tragicomedia Turandot de Carlo Gozzi para la creación de su nueva ópera. Esta obra estaba basada en el poema persa Las Siete Princesas, que presenta la historia de un príncipe con siente hijas. Una de ellas era incapaz de encontrar un hombre suficientemente digno para desposarla, por lo que se encerró en una torre y declaró que se casaría con quien pudiera atravesar todas las pruebas que ella había dejado en el camino a su encuentro.
Antes de transformarse en la tragicomedia de Gozzi, este poema había sido convertido en uno de los cuentos de la colección Los mil y un días (escrita por el traductor de Las mil y una noches), versión en la cual la princesa pasó a ser china y fue bautizada como Turandohkt, un ser frío, calculador y desalmado. Una vez que Puccini conoció la obra a través de la adaptación de Carlo Gozzi, supo que tenía el potencial de convertirse en una gran ópera. Fue así que le encargó el libreto al mismo Simoni, en colaboración con Giuseppe Adami, con quien Puccini ya había trabajado en el pasado. Para 1921 la base del guion estaba prácticamente terminada y el compositor se puso manos a la obra con la música de su nueva ópera.
En esta versión de la historia, la princesa Turandot desafía a sus pretendientes a responder tres acertijos. En caso de no poder hacerlo, los espera la pena de muerte. En ello, un príncipe de identidad desconocida (su nombre, Calaf, se revela hacia el final de la obra) se enamora a primera vista de Turandot y decide aceptar el desafío, pese a las objeciones de su padre, el rey, y de Liù, esclava que lo amaba en secreto. Calaf responde correctamente a los acertijos y, en lugar de obligar a Turandot a cumplir su promesa de casarse, le propone un acertijo propio: si ella lograba adivinar su nombre antes del amanecer, él se sometería a su voluntad, y si no, él podría desposarla. La princesa, obsesionada por el deseo de saber el nombre del príncipe, tortura a Liù, quien termina por suicidarse para proteger la identidad de Calaf. Impresionada por este sacrificio, Turandot acepta el matrimonio.
De toda la trama de la ópera, hubo un punto específico que nació de un suceso particularmente personal de la vida de Puccini: Liù. Resulta que el compositor era mucho mejor para la música que para el matrimonio, pues con frecuencia engañaba a su mujer, Elvira. Esto llevó a que su relación estuviera fuertemente marcada por los celos, por lo que, cuando ella comenzó a sospechar que su marido sostenía un romance con una de sus criadas, no tuvo reparo alguno en acusarlos de adulterio. En respuesta, la joven criada tomó la decisión de envenenarse para acabar con su vida. No obstante, una autopsia reveló que la muchacha era virgen y que tal romance habría sido imposible, de modo que Elvira se vio obligada a cumplir una condena por calumnia. Este suceso tuvo un gran impacto en la vida del músico, lo cual desembocó en la creación del personaje de Liù y del arco narrativo que atraviesa, particularmente su trágico final.
Durante el proceso de composición de la ópera, Puccini solicitó a sus colaboradores varias modificaciones al guion con el objetivo de hacer de los personajes, particularmente los femeninos, lo más completos posibles. De hecho, con su enorme belleza, su nivel de crueldad y su relación con respecto a los demás personajes, Turandot se convirtió en el personaje femenino más complejo de todas las obras de este compositor. En efecto, Puccini se encargó de supervisar que el libreto y sus personajes estuvieran bien construidos hasta el último detalle. De este modo, se pasó varios años en lo que a revisiones se refiere.
No obstante, a inicios de 1924, cuando llegó el momento de componer el final del tercer acto, se enfrentó a una serie de versiones revisadas, de las cuales ninguna terminaba de convencerlo. De lo que estaba seguro era de que quería un final feliz, pero viendo que permanecía inconforme sin importar lo que hiciera, decidió darse un respiro por un tiempo. Reanudó el proceso entre septiembre y octubre de ese año, sin saber aún que su desarrollo se vería nuevamente interrumpido, y esta vez para siempre.
Puccini fue diagnosticado con cáncer de garganta, y tras una batalla de poco más de un mes, el 29 de noviembre de 1924 falleció en Bruselas, donde se había trasladado poco tiempo antes. Sin embargo, antes de perder la vida, el compositor tuvo una reunión con su amigo Arturo Toscanini, a quien, temiendo lo peor, le había pedido «no abandones mi Turandot». Buen amigo que era, Toscanini se encargó de que el proyecto siguiera adelante.
Al inicio, las notas de Puccini pasaron a manos de Ricardo Zandonai, pero dado que Toscanini no estaba de acuerdo con las decisiones que el nuevo compositor deseaba tomar, el trabajo final le fue encomendado a Franco Alfano. Con base en el libreto de Simoni y Adami, y siguiendo los esbozos del fallecido compositor, un año y medio más tarde Turandot estaba finalmente lista.
El 25 de abril de 1926, bajo la dirección de Arturo Toscanini se estrenó la ópera en el Teatro alla Scala de Milán. El público se había deleitado con los primeros dos actos, pero mientras se encontraban disfrutando del tercero, el director detuvo la música de repente, levantó la última página de la partitura y señaló que, por esa noche, la ópera terminaría donde la había dejado Puccini. Contrario a lo que podría esperarse, el público no tuvo objeción alguna y asumió la acción como una merecida muestra de respeto hacia el compositor.
Si bien Turandot fue un éxito en su noche de estreno, lo fue aún más a partir del segundo día, una vez que se incorporó el dueto final, el final feliz que Puccini esperaba. De hecho, desde ese segundo día hasta hoy, esta obra es una de las favoritas de los amantes de la ópera y una de las más reconocibles incluso para aquellos que no son seguidores de este arte. No obstante, a lo largo del tiempo el final de Alfano no ha permanecido inalterado, sino que varios compositores se han dado la tarea de encontrar diferentes maneras de cerrar la obra, esperando dar con una versión que le haga justicia a la composición de Puccini, cosa en la que siguen trabajando hoy en día.
Por mi parte, tras mucho tiempo de conocer nada más que piezas sueltas de esta obra, ahora comprendo por qué no tardó en convertirse en una ópera tan aclamada. Aunque es imposible saber si Puccini habría aprobado el final (o cuál versión habría aprobado), estoy segura de que, de haber podido ser testigo del resultado, el compositor estaría orgulloso de su Turandot y de la recepción que ha tenido a lo largo de todo un siglo.