«Tía Cassandra, ¿qué estás haciendo?» debió ser la reacción de alguno de sus sobrinos cuando entró al salón. Seguramente en su voz había un tono de confusión, preocupación o incluso espanto. No habría sido para menos, pues lo que su tía estaba quemando en la chimenea no era solo un tesoro familiar, sino que podría haberse catalogado como patrimonio de la literatura universal. Sin embargo, lo hecho, hecho estaba, y las cartas de Jane Austen —aquella autora que le había regalado al mundo obras de la talla de Orgullo y Prejuicio—, se habían convertido en cenizas. Tanto la familia como el mundo condenó a Cassandra por esta acción, pero como hermana mayor de la autora sabía perfectamente lo que era mejor para Jane. Siempre lo había sabido.
La familia Austen era conocida como modelo de intelectualidad, sentido común y habilidades de expresión en la región de Steventon, Inglaterra. El Reverendo George Austen y su esposa Cassandra eran padres de ocho niños, de los cuales la séptima, nacida el 16 de diciembre de 1775, pasaría a la historia por sus habilidades literarias. Sin embargo, mucho antes de que ese hecho fuera una realidad, la pequeña Jane no era más que una niña que corría por toda la casa de la mano de su hermana —dos años mayor y única otra mujer—, Cassandra Elizabeth.
Jane era la adoración de su hermana mayor y Cassandra el puerto seguro de la más pequeña. Fue por ello que cuando llegó el momento de que Cassandra iniciara sus estudios en un internado, sus padres no tuvieron otra alternativa que enviar a Jane con ella. «Si le cortaran la cabeza a Cassandra, Jane insistiría en compartir su suerte», explicaba su madre cuando recibía preguntas sobre la relación inusualmente cercana de sus hijas. Eventualmente, las hermanas abandonaron el internado y comenzaron a estudiar con una prima suya, cuyo marido había sido ejecutado durante la Revolución Francesa, pero aun así la mayor fuente de su educación vino de la bien nutrida biblioteca familiar y de estar alrededor de su padre cuando impartía lecciones a jóvenes como ellas a modo de obtener algún ingreso extra para mantener a su extensa familia.
Fue durante el periodo formativo de las hermanas que surgieron los rasgos que definirían sus personalidades. Según su familia, «Cassandra tenía el mérito de mantener su temperamento siempre bajo control, pero Jane tenía la alegría de poseer un temperamento que no necesitaba ser controlado». Si bien ambas se caracterizaban por su inteligencia, sensatez y sentido común, era la más pequeña que se destacaba por su ingenio y sentido del humor, aparentemente heredado de un tío abuelo, el Dr. Theophilus Leigh, rector de la universidad de Oxford, cuyas respuestas ingeniosas y divertidas eran legendarias en la familia Austen. Así, el público favorito para las ocurrencias de Jane era su hermana, aunque en realidad toda la familia disfrutaba escucharla. Lo que el par tenía en común era su gusto por asistir a los diferentes bailes que se llevaban a cabo cada temporada y por salir a caminar por el campo. No importaba el clima —si estaba lloviendo se ponían unos zapatos con suelas de madera para no mojarse— con tal de tomar juntas su paseo diario.
En cuanto al talento de Jane, queda claro que desde muy temprana edad había tenido una gran habilidad para crear historias, muchas de ellas puestas en escena por su familia en forma de pequeñas obras de teatro que se llevaban a cabo en casa. No obstante, analizando sus creaciones en retrospectiva, la novelista no consideraba que hubiera sido una buena idea empezar a escribir desde tan temprana edad. En una de las cartas suyas que se conservan, aconseja a una joven sobrina que espere un poco antes de tomar la pluma, pues, según ella, escribir era un «acto inofensivo, pero es mejor dedicarse a leer y empezar a escribir después de los dieciséis». Como fuera, a los dieciséis Jane ya había escrito más que muchos durante una vida entera, con algunas de sus creaciones siendo ilustradas por Cassandra, quien parecía tomar los rostros de su familia como modelos para darle vida a los personajes de su hermana pequeña.
Pero, por supuesto, no todo podía ser perfecto en la vida de las hermanas. En 1794, cuando Cassandra tenía veintiún años se comprometió con Thomas Fowle, uno de los estudiantes de su padre y aspirante a clérigo, de quien estaba perdidamente enamorada. Como Thomas no pertenecía a una familia acomodada —y Cassandra mucho menos—, el joven decidió unirse a un amigo suyo, noble de nacimiento, en un viaje a las indias para así poder ganar algo de dinero y desposar a la mayor de las hermanas Austen. Sin embargo, la suerte no estuvo de su lado y a los meses Cassandra recibió la noticia de su fallecimiento a causa de fiebre amarilla contraída en su llegada al nuevo continente. Sobra decir que la joven quedó destrozada y, considerando que Thomas había sido el gran amor de su vida, decidió que jamás se casaría.
Jane se mantuvo junto a su hermana durante esa difícil época, pero no pasó desapercibido para ella que la decisión de Cassandra le regalaba una oportunidad. En una época en la que era casi imperativo que una mujer se casara, el hecho de que su hermana no lo hiciera, abría la puerta para que ella tampoco se viera obligada a dar ese paso. De este modo, Jane Austen pudo alejar de su mente cualquier otro posible camino y enfocarse en aquel que la apasionaba como nada: escribir. Durante este periodo, Jane escribió las versiones originales de sus novelas Orgullo y Prejuicio y Sentido y Sensibilidad, aunque, eso sí, no serían publicadas hasta varios años después.
Los hermanos de Jane y Cassandra eligieron caminos distintos como soldados, clérigos y banqueros, por lo que, cuando su padre decidió mudarse a Bath, solo ellas y su madre lo acompañaron. Sin embargo, la tragedia volvió a golpear y el Reverendo George Austen falleció al poco tiempo, dejando a su familia sumida en el dolor y a su esposa e hijas sin sustento. Fueron los hermanos quienes se encargaron de cuidar de ellas desde entonces, trasladándolas inicialmente a Southampton y finalmente a una casa en Chowton, más cerca del resto de la familia. Lo cierto es que, por la razón que fuera, los años en Bath y Southampton fueron absolutamente improductivos para la escritora, quien no volvió a tomar una pluma, no fuera para escribir una carta, hasta la casa de Chowton, donde recuperó el ritmo de creación que había alcanzado en Steventon.
Una vez asentadas en su nuevo hogar, las hermanas comenzaron a recibir visitas, de las cuales, las más esperadas eran las de sus sobrinos. En esas ocasiones, Cassandra se encargaba de atenderlos y asegurarse de que estuvieran cómodos, mientras que Jane se dedicaba a jugar con ellos, prestarles su ropa para que se disfrazaran e inventar historias con las que entretenerlos. Fue así como la generación más joven de los Austen desarrolló una relación especial con sus tías, pero una cercanía particular con Jane, a quien nunca vieron como nada más que la tía a quien esperaban visitar para contarle las cosas interesantes que pasaban en sus vidas, pese a que para entonces ella ya había comenzado a publicar, empezando por Sentido y Sensibilidad en 1811, y su obra estaba alcanzando algo de reconocimiento.
Uno de los pasatiempos favoritos de la menor de las hermanas Austen era inventar chismes divertidos e inofensivos sobre la gente que vivía en los alrededores, creaciones cuyo público principal era Cassandra, a quien se los contaba en persona o, si por algún motivo se encontraba de viaje, se los enviaba en cartas en lugar de esperar hasta su regreso. De hecho, las hermanas no permitían que ni siquiera la distancia les impidiera comunicarse, enviando misivas tan frecuentemente como les era posible el minuto en que se distanciaban. Pese a que la de las ocurrencias era Jane, ella consideraba que las cartas de Cassandra (de las que no se conserva ninguna) convertían su hermana mayor en «la mejor escritora de literatura cómica de nuestro tiempo».
La rutina de escritura de Jane era bastante particular. Como no era bien visto que las mujeres se dedicaran a la literatura —su primera obra había sido firmada como Una Dama y las consecuentes marcadas como «De la autora de Sentido y Sensibilidad»—, escribía casi en secreto. Solo las personas más cercanas a ella sabían a lo que se dedicaba, así que ni siquiera aquellos que trabajaban en su casa tenían idea de qué hacía tantas horas en el pequeño escritorio de la sala. Su sistema era bastante simple: se rehusaba a que arreglaran la puerta de la sala para poder escucharla rechinar el instante que alguien entrara y mantenía una hoja de papel en blanco junto a la hoja en la que estuviera trabajando para deslizarla encima, esconder lo escrito y recibir con una sonrisa a quien estuviera entrando, pues al parecer no le importaba que interrumpieran sus procesos creativos.
Mientras Jane se dedicaba a escribir, y porque su madre estaba haciéndose mayor, Cassandra se encargaba de la mayoría de las labores del hogar, aunque en sus momentos libres seguía apasionándole practicar sus habilidades de dibujo. Otras artes que acompañaban a las hermanas eran el piano, con Jane practicando siempre antes de desayunar, y el canto, con el cual se divertían juntas después de cenar.
En su vida, Jane publicó cuatro títulos: Sentido y Sensibilidad (1811), Orgullo y Prejuicio (1813), Mansfield Park (1814) y Emma (1816), aunque escribió otros tres que fueron publicados póstumamente. Para ella, sus libros eran como sus «hijos queridos» aunque consideraba que todos tenían mucho por mejorar. Sin embargo, algo que la caracterizaba era que estaba completamente aislada del mundo literario de su época. Pocos sabían su nombre, y nadie más que eso. Así que cuando en 1816 cayó enferma, sus lectores no tenían idea de que estaban a punto de perder a la dama cuyas historias los tenían tan fascinados.
El clima en casa de las Austen era de preocupación y confusión, pues Jane comenzó a debilitarse rápidamente sin causa aparente, aunque ahora se sabe que pudo haberse tratado de un problema renal (enfermedad de Addison). Al inicio de su enfermedad, aún conservaba los ánimos en alto, el sentido del humor y, por sobre todo, la habilidad de escribir. Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, su condición fue empeorando e incluso trabajar en sus historias, así fuera en su cama, como durante los últimos meses, se había convertido en un esfuerzo imposible. Según el manuscrito de Persuasión, la última obra que escribió (y penúltima en ser publicada), Jane soltó la pluma por última vez el 17 de marzo de 1817. Nunca volvería a escribir.
Como último recurso para salvar su vida, en mayo de ese año la familia la envió a Winchester para que recibiera una mejor atención médica y, por supuesto, Cassandra fue con ella. El médico, un amigo de la familia, hizo lo que pudo, pero nada fue suficiente. Los cuidados de su hermana mayor, y ocasionalmente una de sus cuñadas, pronto adquirieron el carácter de paliativos. Cassandra veía como a su pequeña hermana se le escapaba la vida mientras rememoraban juntas las historias que habían compartido. Haciendo lo que podía, le preguntaba a Jane con frecuencia si quería o necesitaba algo, a lo que el 18 de julio respondió «solo la muerte». Como si hubiera invocado su destino, esas se convirtieron en las últimas palabras de la hermana de Cassandra Austen.
Al funeral solo asistió la familia. De la publicación de los tres manuscritos que la autora había dejado terminados —La abadía de Northanger (1818), Persuasión (1818) y Lady Susan (1871) — se encargaron Cassandra y uno de sus hermanos. Pero eso no fue todo. Con el paso del tiempo, la popularidad de Jane Austen, cuyo nombre había empezado a conocerse, comenzó a crecer cual espuma, y su hermana vio la necesidad de proteger su imagen. Así, tomó las incontables cartas que habían compartido durante sus vidas y quemó la mayoría. Cualquier opinión o comentario que pudiera considerarse en algún grado controversial (y, considerando el ingenio y sentido del humor de la autora, seguramente eran muchos) desapareció entre las llamas de la chimenea en casa de las Austen. Con el tiempo, sus sobrinos crecieron y siguieron el ejemplo de su tía Cassandra, retratando a la autora en sus memorias de la manera más neutra e impecable posible. Lo único que nadie pudo —ni intentó— esconder fue el vínculo que unía a Jane con su hermana, pues era imposible contar verazmente la historia de una obviando a la otra.
Siempre he imaginado a Jane Austen como la personificación de algunas de sus heroínas (la suponía una versión de Elizabeth Bennet), pero no tenía idea de nada más sobre ella. Ahora, siendo admiradora de su obra y también hermana, me es imposible dejar de pensar en ella como la hermanita, una de las mitades de un icónico par. No tengo idea de cuán lejos creía Cassandra que llegaría la obra de Jane, pero quiero creer que confiaba tanto en el talento de su hermana que fue por eso que tomó tantas precauciones como lo hizo para protegerla, incluso cuando ya había abandonado este mundo. Eso sí, queda claro que todo lo que se sabe de Jane, incluido este relato, es solo aquello que Cassandra y su familia consideraron apropiado.