«Baila camino a la misa y silba en las escaleras. Canta en la capilla y llega tarde a todas partes», eran algunas de las quejas que las monjas a cargo de la Abadía de Nonnberg tenían sobre María, el personaje ficticio que protagoniza La Novicia Rebelde. No obstante, lo cierto es que esas quejas no distan mucho de las que un grupo de monjas reales tenían sobre la verdadera María, pues resulta que este personaje fue una mujer de carne y hueso que vivió más allá del guion de un musical, aunque es cierto que su propia vida estuvo definitivamente marcada por la música.
La Abadía de Nonnberg (Salzburgo, Austria) fue el escenario de la formación de María Augusta Kutschera como monja benedictina o, más bien, de su intento de formarse como tal. La vocación estaba ahí, la dificultad estaba en que, por un lado, su comportamiento la metía en constantes problemas, y por el otro, la vida de confinamiento la tenía frecuentemente afectada por fuertes dolores de cabeza. Por ello, ese día en 1926, cuando la madre superiora recibió la solicitud de un capitán jubilado del ejército austriaco para que le enviaran a una de sus novicias como tutora para uno de sus hijos, optó por mandarle a María para que ella experimentara el mundo y pudiera decidir si una vida como religiosa era lo que realmente deseaba.
Al tiempo que la joven María preparaba sus pocas pertenecías para enfrentar esta misión, la familia Trapp -sus futuros empleadores- vivía una situación complicada. Unos cuantos años atrás, la fiebre escarlata les había arrebatado a su amada madre y había dejado a una de los siete niños con secuelas que llegaron a impedirle asistir al colegio. El hogar de la familia se encontraba ensombrecido y el capitán Georg von Trapp hacía lo posible por preservar el lazo que los unía y tomar las mejores decisiones para sus hijos. Sin duda, la mejor de todas fue contratar a María como tutora de su pequeña niña.
Cuando la joven novicia llegó a la mansión de la familia, aún no estaba segura de que dejar la abadía hubiera sido una buena decisión, pero convenciéndose a sí misma de que era la voluntad de Dios, se consolaba con que esta prueba duraría solo unos cuantos meses. Tras una metida de pata inicial en la que confundió al mayordomo con el señor de la casa, fue presentada con toda la familia, e inmediatamente los niños (entre siete y quince años en ese momento) decidieron que no tenían mayor interés en la tutora de su hermana y no pretendían llegar a interactuar con ella más de lo que fuera realmente necesario.
Sin embargo, con el pasar de los días, María comenzó a involucrarse cada vez más con la familia, empezando por pasar su tiempo libre sentada en el piso contando historias mientras remendaba las medias de los niños, para luego ser bienvenida en la actividad favorita de los Trapp: la música. El Capitán y su esposa habían inculcado en sus hijos el amor por la música y solían pasar un par de horas al día cantando juntos. María, cuya inclinación por este arte le había acarreado tantos problemas en la abadía, encajó perfectamente en la dinámica musical de la familia, aprendiendo de ellos y enseñándoles lo que ella sabía. Poco tiempo fue necesario para que se diera cuenta de que había quedado perdidamente enamorada… de siete maravillosos niños.
Cada uno de los pocos momentos libres que tenía el Capitán lo pasaba con sus hijos, y por ende con María. Fue así como las chispas de amor también lo encontraron a él, aunque en su caso se debían a una sola persona. De esta manera, el Capitán/Barón von Trapp se armó de coraje y, tras pedir la aprobación de los niños, le pidió a María que se casara con él. Corrección: en realidad, le pidió que se convirtiera en la madre de sus hijos. De haberlo formulado de cualquier otra manera, ella jamás habría aceptado.
Así, con 22 años, María se casó con el Barón Georg von Trapp, de 47. De acuerdo a los niños, quienes pasaron a considerarla su madre (un rol distinto al de su mamá, a quien jamás olvidarían), en poco tiempo María había tomado el control de la casa y la familia, llegando a opacar un poco a su padre con su enorme carisma. No obstante, es verdad que en preparación para su nuevo papel la joven comenzó a estudiar frenéticamente manuales sobre cómo ser una buena madrastra y cómo llevar adecuadamente un hogar, algo que no fue sencillo al principio, pero eventualmente pudo hacer con los ojos cerrados.
En los años siguientes, María y el Capitán tuvieron otras dos hijas y, a medida que el tiempo pasaba, quien fuera una vez la joven novicia rebelde desarrolló los sentimientos que había tardado en encontrar por su marido, llegando a describirlo más adelante como «el amor más grande que he conocido». Sí, una hermosa familia llena de amor unos por otros. Y por la música. En medio de las actividades que realizaban juntos, como jugar al vóleibol (favorito de María) y el senderismo, la familia Trapp continuó cultivando su pasión por la música. Era tal el talento que demostraban que llamaron la atención del padre Franz Wasner, un cura que compartía su entusiasmo y tenía muchísimo conocimiento al respecto, por lo que se unió a ellos como su director.
El Coro de la Familia Trapp comenzó a popularizarse en toda Austria, participando de diversos eventos y concursos, aunque inicialmente Georg decidió no ser parte de esta versión pública de la actividad familiar por considerarlo inapropiado. Comenzaron a ser invitados a recitales y conciertos por diferentes lugares de Europa, pero nadie pudo advertirles que aquella gira que dieron por Italia en 1938 sería la última que darían bajo circunstancias normales. Acababan de volver a casa y todos se encontraban sentados en el estudio del Capitán conversando como todos los días a la hora del té, cuando la música en la radio fue interrumpida por el anuncio de que esa noche, del 11 al 12 de marzo, Alemania había comenzado la invasión a Austria.
La decisión de abandonar el país fue un tema moral, pues Georg había recibido la orden de comandar un submarino nazi, algo que por ningún motivo haría. Además, tiempo antes, el banco donde la familia tenía todo su dinero había cerrado, dejándolos al borde de la quiebra, por lo que habían tenido que despedir a la mayor parte de su personal y mudarse a los cuartos de servicio para rentar sus habitaciones a turistas y poder mantenerse. Esta falla en el banco les había impedido pagar la suma necesaria para recobrar su ciudadanía austriaca, ya que siendo originalmente ciudadanos de la ciudad de Trieste -que pasó de Austria a Italia- su nacionalidad había pasado a ser italiana, y como tal, en ese momento los nazis no podían detenerlos legalmente. Es decir, si decidieron escapar de Austria, fue para no verse al medio de la inmoralidad del nuevo régimen.
Este escape fue posible a través de dos de sus actividades favoritas: senderismo y música. Salieron de casa como lo hacían cada vez que iban juntos a las montañas, pero en su lugar tomaron un tren a Italia. Allí, habiéndolo dejado todo atrás, continuaron cantando y ganaron aún más reconocimiento. Sin embargo, unos meses más tarde la gente comenzó a sospechar de ellos, pues, si no eran judíos y sus vidas no corrían peligro, ¿qué motivo podrían haber tenido para dejar su país? Aparentemente, la única otra alternativa era que fueran espías nazis. Fue por ello que tuvieron que comenzar a saltar de país en país por toda Europa, evidentemente sin dejar de cantar, hasta que llegaron a Noruega. Desde ahí partieron a la tierra que les prometía mayores oportunidades: Estados Unidos.
Para este momento, estaba en camino el décimo y último integrante de la familia, el tercer hijo de María y Georg, y aunque ciertamente la familia estaba más que feliz por su llegada, sumar un bebé a la situación podía complicar un poco las cosas. De cualquier forma, no fue el bebé sino María quien causó el mayor problema en este proceso. Una vez que hubieron llegado a las costas norteamericanas, todos los pasajeros fueron encarados con la misma pregunta, «¿Cuánto tiempo planea quedarse?» María, llena de entusiasmo y con una visa válida para tres meses en la mano, contestó «Para siempre». Toda la familia, incluyendo al padre Wasner, tuvo que pasar varios días detenida mientras los investigaban. Finalmente los liberaron y comenzaron a conquistar un nuevo país con sus voces y cuatro dólares en el bolsillo.
Su camino a una mayor estabilidad tuvo algunas otras etapas, pero mucho influyó que durante la Segunda Guerra Mundial, que estalló al muy poco tiempo, Estados Unidos redujera las deportaciones, dándoles tiempo de asentarse en el país. Al tiempo, ya habían hecho de ese su nuevo hogar mientras continuaban con su cada vez más exitoso coro familiar. Tras el nacimiento de su último hijo se asentaron finalmente en Vermont, donde compraron una granja que convirtieron en un alojamiento (que hoy sigue de pie), y una vez terminada la guerra crearon un fondo de auxilio para las víctimas en Austria.
Ahora bien, el momento en el que las cosas parecían finalmente retornar a un cauce de normalidad se vio interrumpido por la muerte del Capitán a causa del cáncer de pulmón dos años después del final de la guerra. Un enorme golpe para la familia, pero era evidente que debían salir adelante. Continuaron con su carrera musical, aunque a medida que el tiempo pasaba cada quien comenzó a construir su propia vida, llevando a la disolución del coro familiar en 1957. Eso sí, quizá dejaron de cantar juntos, pero se mantuvieron tan unidos como siempre.
Para ese momento, María ya había publicado (en 1949) un libro sobre la historia de su familia, «La historia del Coro de la Familia Trapp», cuyos derechos había vendido a una productora alemana que hizo una primera película sobre ellos. Desafortunadamente, esa venta incluía la renuncia total a las regalías de su historia, por lo que, cuando Broadway convirtió el libro en un exitosísimo musical y, más tarde, 20th Cetury Fox lo transformó en la que fue la película más taquillera de la historia por cinco años consecutivos, la familia no recibió absolutamente nada.
Pese a todo, enormes libertades creativas incluidas, la Baronesa María von Trapp vivió eternamente agradecida por esas producciones a las que titularon La Novicia Rebelde (The Sound of Music), porque sentía que acercaban a una enorme audiencia a su historia de vida como expresión de la voluntad de Dios, algo que para ella siempre fue lo más importante.
Como fanática del teatro musical, La Novicia Rebelde, es una historia que creía saberme de pies a cabeza. Resulta que no era exactamente así, y que la historia de las verdaderas vidas en la que esa ficción fue inspirada es incluso más interesante que aquella perteneciente al escenario o la pantalla. Honestamente, a estas alturas, no me sorprende. Las historias detrás de las historias me fascinan cada vez más, y la vida de la familia Trapp es un maravilloso ejemplo de eso.