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Gertrude Stein: Noches en el salón del modernismo

Durante las primeras décadas del siglo XX, cualquiera que se encontrase caminando por la rue de Fleurus en París algún sábado por la noche, se toparía con personas entrando y saliendo casi incesantemente de la casa número 27 de esa calle. Si los siguiera, encontraría un salón con las paredes cubiertas con las pinturas de los artistas más importantes de la época, y a los mismos artistas como integrantes de una reunión. Probablemente, al fondo del salón encontraría a Picasso y a su amante, conversando con un hombre de barba rojiza y anteojos, a quien todos se referían como Monsieur Matisse. Cerca de la puerta, podría encontrar a Georges Braque colgando una pintura, labor que los anfitriones le asignaban debido a su gran altura, a la vez que, por tener una estatura similar, Alfred Maurer estaría caminando alrededor de la habitación sosteniendo una lámpara para que los invitados que lo siguieran pudieran apreciar los cuadros que estaban más arriba. Confundido, uno preguntaría qué hacían todos ellos reunidos ahí y descubriría que se trata de una ocurrencia habitual: las famosas reuniones de los sábados en el atelier de Gertrude Stein.


Estas reuniones habían comenzado alrededor de 1906, cuatro años después de la llegada de Stein a Europa. Ella había nacido en Pensilvania en 1874 y era la hija menor de una familia judía acomodada, en la cual se le había inculcado la sensibilidad cultural, artística e histórica. Sin embargo, su acercamiento personal al arte no se dio a temprana edad. De hecho, Gertrude Stein inició su etapa universitaria estudiando psicología, embriología y, en la Universidad Johns Hopkins, medicina. En su cuarto año de carrera, 1902, perdió el interés en el asunto y siguió a su hermano Leo a Londres. Un año después, se mudaron a París, donde inició esta historia.

Se asentaron en una gran casa de dos pisos que tenía un taller adjunto, la 27 rue de Fleurus. Leo, quien desde el principio tenía una inclinación artística, vio en el taller vacío una gran oportunidad y decidió llenar sus paredes de preciosas pinturas, lo que llevó a Gertrude a descubrir un profundo amor y curiosidad por el arte. Cuando los hermanos se dieron cuenta de que tenían suficiente dinero, 8.000 francos, decidieron comprar cinco pinturas de Gauguin, Renoir y Cézanne. Esos primeros cuadros se convertirían en el inicio de una de las colecciones de arte modernista más importantes del mundo.


Con el tiempo, el atelier se fue llenando de obras de los más renombrados artistas y el siguiente paso fue patrocinar a pintores cuyo trabajo aún era poco valorado, siendo Pablo Picasso y Henri Matisse dos de los más importantes. Gertrude comparaba sus pinturas, les ofrecía consejo y, en algunas ocasiones, les brindaba ayuda financiera. En el caso de Picasso, la presencia de Stein fue tan fuerte al inicio de su carrera, que el retrato que pintó de esta mujer es uno de los que mejor reflejan su transición al cubismo. Inicialmente, la retrató con el estilo correspondiente a su periodo rosa, en el que se encontraba en ese momento, pero, al no estar convencido, modificó el rostro utilizando un estilo que estaba empezando a experimentar, una especie de proto-cubismo. El resultado fue una peculiar combinación de tendencias en un mismo cuadro, algo que a Gertrude no le agradó al principio, pero terminó por valorar más adelante.

Gertrude Stein junto a su retrato pintado por Picasso.

La colección de los Stein llegó a ser tan popular que a todas horas tenían visitantes interesados en ver las obras y escuchar las opiniones y discusiones de los hermanos sobre arte moderno. No obstante, Gertrude se había orientado a una labor literaria, por lo que necesitaba tiempo y tranquilidad para escribir y las visitas constantes no eran de ayuda. Fue por ello que se le ocurrió organizar las visitas y tertulias a modo de que se llevaran a cabo todos los sábados por la noche.


A partir de entonces, miembros de la intelectualidad europea y transeúntes interesados comenzaron a reunirse cada sábado en el salón Stein. Una de esas noches, en 1907, se presentó una invitada que cambiaría la vida de Gertrude: Alice Toklas. Alice acababa de llegar a París y se encontraba profundamente sorprendida por lo que encontró en el salón, pero entre tantos fascinantes artistas, quien llamó su atención fue la menor de los hermanos Stein. Igualmente atraída, Gertrude la invitó a dar una caminata al día siguiente y ese paseo se convertiría en el primero de muchos.

Con el tiempo, las dos mujeres encontraron una rutina conjunta. Cada mañana, Alice llegaba a casa de los Stein a transcribir el manuscrito poco legible en el que Gertrude había trabajado hasta altas horas de la noche y, con el tiempo, comenzó a encargarse de las labores del hogar. A medio día, Toklas almorzaba mientras la escritora, recién levantada, la acompañaba desayunando un café. Cada tarde, ambas daban largas caminatas por la ciudad, luego de las cuales Alice retornaba a casa. Lo cierto es que Alice estaba fascinada por Gertrude, mientras que Stein estaba contenta de haber encontrado a alguien tan convencida de su genialidad como ella misma, pero lo más importante era que se habían enamorado una de la otra. Fue por eso que, luego de pasar unas semanas garabateando posibles combinaciones de sus nombres («Gertrice / Altrude»), en 1910 Gertrude dio el paso definitivo en su relación. «Quiéreme. Yo te quiero de todas las maneras posibles» fueron, según sus conocidos, las palabras con las que le pidió a Alice pasar juntas el resto de sus vidas. Encantada, Alice accedió.


A partir de entonces, la dinámica de los sábados por la noche se vio modificada. Ahora era Alice la encargada de recibir a los visitantes y entretener a las parejas de los genios que conversaban con Gertrude. Además, el tamaño de las reuniones se vio reducido considerablemente, ya que Toklas no se sentía cómoda entre grandes grupos, por lo que a partir de 1913 la participación en las tertulias se daba solamente con invitación.


Otra modificación ocurrió en 1914, cuando Leo decidió mudarse de la casa, llevándose algunas pinturas y dejando a la pareja a cargo de las reuniones. A este cambio le siguió una modificación en la naturaleza de los encuentros, el cual se consolidó tras la Primera Guerra Mundial, cuando las reuniones comenzaron a enfocarse en un ámbito más literario que visual. En esta época, figuras como Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald destacaron como invitados en el salón de Gertrude Stein. Frente a estos autores, ella cumplía el rol de mentora, siendo de las primeras personas en leer, criticar y hacer sugerencias sobre sus escritos. Sin embargo, su propia cerrera literaria se encontraba estancada.


Por años, Gertrude había estado escribiendo las más peculiares obras. De contenido abstracto y una estructura particular (casi no empleaba signos de puntuación), sus escritos eran ampliamente comentados, pero, en realidad, muy poco leídos. Sencillamente, el público no los comprendía, por lo que algunos los habían catalogado como «el equivalente literario al cubismo». La situación se mantuvo hasta 1933, cuando Gertrude escribió el libro que más se diferenciaría de su estilo, el más “normal” de todos: La Autobiografía de Alice B. Toklas. Sí, (auto)biografía. La escritora tomó prestada la voz de Alice, pretendiendo narrar sus vivencias, cuando en realidad fue un vehículo para contar sus propias experiencias y alabar su genialidad desde la perspectiva de su pareja. La obra fue un enorme éxito.


No obstante, ese libro obtuvo una reacción absolutamente inesperada, la cual recibió el título de Testimonio contra Gertrude Stein. En este texto publicado en 1935, Georges Braque, Eugene y Maria Jolas, Henri Matisse, André Salmon y Tristan Tzara, una vez grandes amigos y participantes de las reuniones de Gertrude, desmintieron y expresaron su molestia por muchos aspectos narrados por la autora. Desde comparar con un caballo a la esposa de Matisse, hasta inventar historias jamás ocurridas con el matrimonio Jolas, este testimonio pretendió aclarar todas las imprecisiones y ofensas del libro de Stein, una por una. No solo eso, sino que los autores refutaron la idea de que Gertrude haya tenido tanto impacto en el arte moderno como ella creía, sugiriendo que era más audiencia que participante.


A lo largo del tiempo muchos coincidieron con Alice y la propia Gertrude sobre la genialidad de Stein, aunque otros no estuvieron de acuerdo. Sin embargo, pese a que su forma de narrar ciertos eventos no fue demasiado precisa, es evidente que tuvo un gran rol en la consolidación del panorama cultural de la primera mitad del siglo XX. Además, con el paso de los años, sus escritos cobraron mayor popularidad y comenzaron a ser recopilados por diferentes universidades para su estudio y análisis.


Gertrude falleció en 1946 a causa del cáncer de estómago. Sus últimas palabras, «¿Cuál es la respuesta?... En ese caso, ¿cuál es la pregunta?», fueron dichas a Alice y son tan crípticas como sus escritos. Tras su fallecimiento, Alice Toklas escribió un par de libros combinando recetas y anécdotas, las cuales evidencian mucho de la verdadera Gertrude Stein, su relación personal con la élite cultural europea y el gran impacto que tuvo.


Después de pasarme días leyendo sobre aquellas reuniones en la 27 rue de Fleurus, solo puedo imaginar lo fascinante que debió haber sido ser parte de ellas y codearse con esos genios cada sábado por la noche. En cuanto a Gertrude Stein, resulta que, desde muy corta edad tuvo una ambición: «Ser histórica». Habiendo estudiado su vida y su aporte, me parece que puedo decir, sin ninguna duda, que debería estar orgullosa, porque lo consiguió con muchísimo éxito.


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