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Foto del escritorCami Calasich

El viaje del tranvía que llamaron Deseo


Era una noche de 1946 y la productora teatral Irene Mayer Selznick tenía un par de invitados en casa para cenar. El dramaturgo Tennessee Williams y su agente habían concretado la reunión para presentarle la más reciente creación del autor e intentar convencerla de que financiara su producción. Por suerte para Williams, la productora tenía muy buen gusto y, tras leer la obra, no requirió de mucho convencimiento. Antes de que la cena hubiera terminado, se cerró el trato y Selznick envió un pequeño telegrama en código a su oficina: “BLANCHE VIENE A QUEDARSE CON NOSOTROS”. Iniciaba el camino hacia las tablas de una de las más famosas obras de teatro que hayan sido escritas.

Por supuesto, varias cosas tuvieron que ocurrir antes de que dicha reunión tuviera lugar. Para empezar, el ascenso a la fama de Tennessee Williams a raíz del estreno de su obra El Zoo de Cristal, la cual había significado un rotundo éxito y llevó a que una amiga suya, Katharine Cornell -conocida como La Primera Dama del Teatro-, le pidiera que escribiera una obra especialmente para ella. Encantado, Williams aceptó.


De esta manera comenzó a trabajar en una pieza que inicialmente tituló Pánico Interior, cuyo borrador puede encontrarse en el Archivo de Texas y cuenta con 19 páginas que narran la historia de dos hermanas, únicas sobrevivientes de una plantación sureña llamada Belle Revé. En este bosquejo el autor le dio a su protagonista el nombre de Gladys, aunque procedió a tacharlo en cada página para sobrescribir «Blanche». Y Blanche, como todos llegarían a descubrir, sería la mujer que tomaría el tranvía llamado Deseo hasta el número 632 de los Campos Elíseos en busca de su hermana.


Tras una serie de bloqueos mentales y modificaciones a la trama y los personajes, durante un viaje a Cayo Hueso, Tennessee fue capaz de concluir el borrador final de su obra. Su nueva historia giraba en torno a Blanche Dubois, una mujer que visita la casa de su hermana Stella en un intento por escapar de su pasado, mas su presencia desestabiliza la relación de Stella con su marido Stanley, a la vez que los secretos de la protagonista van desvelándose y la tensión con su cuñado crece, llevándola al límite de su cordura. Esta obra toca temas como la sexualidad, la violencia y la locura, áreas que el autor exploraba con frecuencia en sus obras a raíz del impacto de haber crecido con un padre alcohólico y violento, una madre bastante sobreprotectora y una hermana institucionalizada debido a problemas mentales. Si bien la gran porción de su realidad familiar que había trasladado a su obra El Zoo de Cristal le había creado una serie de problemas con su hermano menor (consideró indignante que compartiera situaciones tan personales y se lo hizo saber en una carta que afectó bastante su relación), eso no impidió que estableciera ciertos paralelismos en esta historia, entre los que estaban algunos rasgos propios y de su hermana reflejados en la protagonista.


Una vez hubo terminado de escribir la obra, Tennessee decidió modificar su título y, tras barajar distintas posibilidades, eligió llamarla «Un Tranvía Llamado Deseo». A continuación, le hizo llegar el borrador final a Audrey Wood, su agente, quien era por lo general bastante crítica, pero esta vez estuvo más que encantada con la obra que tenía entre las manos. Ella sabía que lo que acababa de leer tenía un gran potencial y debía ser tratado con mucho cuidado, por lo que contactó a una de las mejores productoras de la época, Irene Selznick. Tras una reunión privada entre los tres, Selznick quedó fascinada con la obra y decidió que debía darle la mejor producción que fuera posible.

El primer paso fue Trasladar a Tennessee a Los Ángeles, desde donde la productora comandaba todo el proceso. Con esto el autor comenzó a convivir con personalidades de la talla de George Cukor, Fanny Brice y Greta Garbo, lo que no hizo sino acentuar su estatus de celebridad. En segundo lugar, debía tomarse la decisión de quién dirigiría la obra, labor que le fue encargada al afamado director Elia Kazan, quien al principio no estaba seguro de saber cómo abordar el proyecto, pero al concluir dejó en claro que había sido la mejor obra que había montado en su carrera. Además, fue él quien empujó a Williams a incorporar la que se convertiría en una de las más famosas líneas de toda la obra. Resulta que en una conversación que el director había escuchado entre el dramaturgo y su amiga Blanche Marvin (de quien había tomado el nombre para su protagonista), ella había hecho un comentario sobre cómo «sólo he conocido amabilidad de los extraños», frase que terminó convertida en «siempre he dependido de la amabilidad de extraños», despedida de Blanche Dubois, cuya utilización en la obra se debe a la intervención de Kazan.


Curiosamente, Katharine Cornell -para quien Williams había escrito al principio la obra- no llegó a ser parte del elenco. En su lugar, la elección de los dos protagonistas inició con Jessica Tandy, actriz a quien Tennessee, Irene y Elia habían visto interpretar un rol muy similar a Blanche, por lo que la consideraron perfecta. Los roles secundarios fueron llenándose de a poco, pero encontrar un actor que pudiera interpretar a Stanley se convirtió en un reto. No obstante, todo esto cambió un fin de semana durante una reunión con varios amigos (incluido Williams) que la productora había organizado en su rancho. En cierto momento llegó un hombre que se puso a reparar la electricidad y plomería de la propiedad, algo que los invitados agradecieron, pese a que no era plomero ni electricista, sino un actor novato enviado por Kazan para una audición informal. Al final de la tarde, dicha audición finalmente tuvo lugar y todos coincidieron en que era la mejor interpretación del personaje que habían visto. Así, el desconocido actor, cuyo nombre era Marlon Brando, se quedó con el papel y el elenco estaba completo.


Iniciaron los ensayos y desde el principio quedó muy claro que no sería posible para los intérpretes modificar nada del texto por su extrema precisión y musicalidad. Justamente por eso, el director se dio cuenta de la necesidad de tener a Tennessee presente, así que el escritor pasaba bastante tiempo observando cómo su obra cobraba vida. En algunas ocasiones, él mismo subía al escenario para demostrar físicamente cómo imaginaba que se comportarían los personajes y así los actores pudieran imitarlo, aunque era tan tímido que en ningún momento se dirigía de frente a ellos, sino que toda su interacción era mediada por Kazan.

Cuando la obra estuvo lista, se decidió llevarla por todo Estados Unidos en un largo tour antes de llegar a Nueva York, su destino final, para que le diera tiempo al equipo de realizar algunas modificaciones menores de acuerdo a la recepción del público. Cuando finalmente abrieron en el Teatro Barrymore el 3 de diciembre de 1947, Tennessee Williams pudo comprobar lo que todos los que habían formado parte del proceso le habían asegurado: su obra era magnífica y se convirtió en todo un éxito, celebrado al finalizar en un evento organizado por Irene en el famoso Club 21. Con el tiempo la obra ganó importantes premios, como el Pulitzer y el Drama Circle’s Award, y comenzó a ser representada en diferentes lugares del mundo, otorgándole a Williams un gran prestigio internacional.


Si bien al principio le costó aceptar la magnitud de su triunfo, Tennessee eventualmente lo asimiló y, junto con Audrey, su agente, enfrentó la inevitabilidad de una adaptación al cine. Su experiencia anterior con el asunto -la adaptación de El Zoo de Cristal-, había sido un suceso que no quería repetir y que tuvo resultados nada favorables a causa de un presupuesto insuficiente. Fue por eso que, para evitar cualquier situación similar, Audrey decidió preparar una treta para Hollywood. Con ayuda de sus contactos, consiguió plantar en los medios el rumor de que el estudio 20th Century Fox estaba a punto de hacer la compra de los derechos de la obra, lo que empujó a diferentes productores a hacer enormes ofertas por la oportunidad de encargarse de la tan cotizada adaptación. El ganador fue Charles Feldman, quien hizo la compra por medio millón de dólares, sin contar con la suma que emplearía para financiar toda la producción. De esta manera comenzó el segundo viaje de este tranvía.

Por la amistad que había desarrollado con el autor, Elia Kazan aceptó repetir su rol como director pese a nunca haber dirigido la adaptación a la pantalla de una obra de teatro. Fue él quien, tras algunas pruebas iniciales, tomó la decisión de mantener el guion muy cercano a la versión original e incluir una fuerte cualidad teatral en la filmación. Con relación al elenco, Brando fue elegido nuevamente para interpretar a Stanley, pero, como él aún no era una estrella, por cuestiones publicitarias el rol de Blanche debía ser ocupado por alguien que sí lo fuera. Este trabajo recayó en Vivien Leigh, una de las mejores actrices de la época y ficha clave del Star System, quien había estado interpretando el papel en Inglaterra y era considerada por Williams como la mejor Blanche que había visto. La película fue estrenada en 1951 y fue tan exitosa como la obra, terminando por darle un Oscar -el segundo de su carrera- a Leigh por su magnífica interpretación, a la vez que catapultó a Marlon Brando a la fama. De esta manera, en su última parada, Un Tranvía Llamado Deseo terminó de confirmar la gran obra de arte que había sido desde el principio.


Así fue como esta pieza llegó al punto de ser considerada una obra maestra del teatro estadounidense, con tal popularidad que, a partir de su estreno y durante toda la vida de su autor siempre estaba siendo presentada en alguno de los teatros más importantes del mundo. Hoy es una obra altamente valorada y estudiada, muy frecuentemente incluida en las temporadas de las grandes compañías teatrales a nivel internacional y apreciada como un clásico. Más allá de todo eso, a un nivel más personal, es una de mis obras de teatro preferidas -quizá mi preferida-, por lo que me fascina haber descubierto un poco de lo que lleva por detrás. Imagino que Tennessee Williams no habría creído cuál sería el destino de su obra si alguien se lo hubiera dicho mientras escribía Pánico Interior en una habitación de un hotel en Cayo Hueso.

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